Ad Honorem Álger Uriarte La primavera se detuvo de repente; sus flores y sus cantos, sus colores y sonidos, han cambiado de tono...
Ad Honorem
Álger Uriarte
La primavera se detuvo de repente; sus flores y sus cantos, sus colores y sonidos, han cambiado de tono. La enfermedad envolvió al planeta. Cimbró la memoria mundial. El pasado inmediato entró en contacto con la dura realidad del presente. Trastocó con rapidez, sin miramientos, todo y a todos. Alteró la vida.
Cada quién tiene su causa. Cada uno tiene su historia. El mundo con millones de voces eleva a diario sus cánticos de gratitud. Truenan los aplausos. Se prenden las sirenas en la hora del reconocimiento a la legión de uniformados de la salud.
Acompañamos ese homenaje con el corazón. Al hacerlo exponemos nuestra mirada sobre los hechos. Observamos con recelo la esencia humana. La imagen de la transitoriedad.
Hay un estado de ánimo inquieto y desorganizado. Las cabezas se congestionan por cierta irritación del encierro, o se abruman por la actividad apresurada y delicada, de quienes trabajan en la dificultad.
Recibimos nuevas impresiones. Nos hacen recordar tiempos idos; olvidadas gratitudes, nunca justipreciadas, que le debemos a la vida. Qué lejos están los cercanos días en que podíamos desinteresarnos de algo, y con tranquilidad...descansar; hasta pensar en futuras alegrías.
¡Han pasado tantas cosas desde entonces!
Seguimos la lentitud llevadera de los días con asombro y expectación. Tenemos muchos relojes y largas las horas. ¡El cuerpo se tensa y los ojos arden! No hay punto común entre las tareas domésticas y las laborales.
La imaginación es una compañera alerta; en las rutinas imprescindibles comparte a diario los paseos del pensamiento; en su interior hay un nudo de asombro ¿Quién lo puede desentrañar? ¿Qué expresiones enigmáticas y gestos extraños deambulan con significados nuevos que debemos identificar?
Pero las respuestas esperan. Nos anima el coraje heroico de los profesionales de la salud y del personal que circunda esta labor: mujeres y hombres que, en circunstancias adversas y limitaciones palpables, exponen su salud, su vida y la de sus familias, para atender la urgencia; contener la epidemia y tratar al paciente.
La entrega sublime de médicos, doctoras, enfermeras, enfermeros, camilleros, auxiliares, personal de higiene y todos los involucrados en las tareas de atención de la pandemia, que exhiben en estos tiempos inauditos, se mantiene estoica, no ha sido abandonada.
Cuando la penumbra del momento está sobre todos, la grandeza profesional sanitarista está firme, de pie. En esta crisis hay gente que saca lo mejor de sí. ¡Nos eleva ese entusiasmo!
Los ejemplos cunden, nutren y rebasan nuestras visiones. Felices ejemplos de quienes en el trinar agobiante de la epidemia, ganan la admiración social. ¡Les hacemos reverencia! ¿Eligieron acaso esa actividad? Es posible, quizá no tenían otra opción. Su vida es compromiso, es servicio. Ese binomio no acepta alternativas.
Es un juramento, es una obligación. La aventura suprema por la salud es la convicción de aliviar. No hay opción cuando la vocación escribe honradamente, las páginas en blanco en que se dictan las sentencias de la vida.
Louis Pasteur expresó que poca ciencia nos aleja de Dios, y mucha ciencia nos devuelve a él. El padre de la microbiología consignó la fuerza del conocimiento y de las creencias.
La medicina al servicio de la enfermedad y su cura, del paciente y su cuidado. Allí, es el sitial de las heroínas, de los héroes de la salud.