Entre Veredas Marco Antonio Lizárraga “¿Cambiar? Cuando lo hagan las colinas”, Emily Dickson LAS LOCURAS DEL EMPERADOR En Elota, e...
Entre Veredas
Marco Antonio Lizárraga
“¿Cambiar?
Cuando lo hagan las colinas”, Emily Dickson
LAS LOCURAS DEL EMPERADOR
En Elota, el
poder ya no se ejerce, se impone. El presidente municipal Richard Millán ha
cruzado una línea delicada que ningún servidor público debería pisar: usar el
cargo para satisfacer intereses personales, desafiando los procedimientos
legales más elementales y pasando la ley por el arco del triunfo. Así, tal
cual.
La adquisición de una camioneta blindada, se hizo al estilo de Richard, sin tomar en cuenta a nadie, así como su viaje a París, Francia a una reunión “patito” que promovió un “organismo internacional”. (Mañana les contaremos más de este dichoso evento)
La unidad que se
compró, supuestamente para la Secretaría de Seguridad
Pública del municipio, pero este vehículo —con un valor estimado en 1.7
millones de pesos— no solo no fue licitado ni autorizado por el Cabildo, sino
que es utilizado por el propio alcalde como transporte personal.
No hay comité de
compras de por medio, no hay acta de Cabildo que sustente su compra, no hay
transparencia. Lo que sí hay es abuso de poder y un desprecio evidente por los
procesos democráticos.
Como si el
Ayuntamiento fuera su empresa privada, Millán intenta ahora modificar actas
extemporáneamente para simular que la compra fue discutida y aprobada en sesión
de Cabildo.
Pretende que los
regidores firmen documentos que nunca pasaron por debate, como si su firma
fuera un cheque en blanco para encubrir decisiones tomadas al margen de la ley.
Este episodio
retrata de cuerpo entero a un presidente municipal descontrolado, que se ha
acostumbrado a gobernar por capricho, ignorando los contrapesos institucionales
y creyéndose intocable.
No es la primera
vez que lo hace: las señales de autoritarismo y soberbia han sido constantes en
su administración. Pero esta compra, tan descaradamente irregular, exhibe un
patrón preocupante: el de un político que se siente por encima de la ley.
Y lo más grave:
Richard Millán tiene aspiraciones mayores. Se habla de que quiere ser candidato
a gobernador.
¿Aspirar a
gobernar Sinaloa cuando ni siquiera respeta los procesos en un municipio
pequeño como Elota? ¿Pretende exportar ese estilo de “yo decido y ustedes
obedecen” al resto del estado? Sería un desastre para la institucionalidad.
En una
democracia funcional, un servidor público debe rendir cuentas, respetar los
procesos, y tomar decisiones con base en el interés colectivo, no en su
seguridad personal ni en su conveniencia política.
Lo ocurrido en
Elota no es un error menor. Es una violación flagrante de las normas, y si no
se denuncia ni se sanciona, se corre el riesgo de normalizar el autoritarismo
municipal.
Los regidores
tienen hoy una responsabilidad histórica: no prestarse a validar este
atropello. Si firman esas actas alteradas, no solo se hacen cómplices, también
cargan con la vergüenza de haberle fallado a los ciudadanos.
Y si los órganos
de control no actúan, estarán confirmando que en Elota manda un hombre, no la
ley.
Richard Millán
podrá tener una camioneta blindada, pero el blindaje más preocupante es el
político: el que le permite hacer y deshacer sin consecuencias. Sinaloa no
necesita más caciques modernos, necesita gobernantes con vocación democrática,
no con ínfulas de virrey.
SALIDA
La salida de
Juan Antonio Garibaldi de la Secretaría del Ayuntamiento de Ahome no sorprende,
pero sí confirma lo que muchos ya sospechaban: el alcalde Antonio Menéndez ha
comenzado a mover sus piezas con absoluta libertad, dejando claro que su
administración no será una simple prolongación del proyecto de Gerardo Vargas
Landeros.
Garibaldi,
hombre cercano al exalcalde desaforado, fue sostenido por unas semanas como
símbolo de “continuidad”, pero su permanencia ya era insostenible en el nuevo
ajedrez político que se está configurando en Palacio Municipal.
La llegada de
Cutberto Ríos a la Secretaría del Ayuntamiento marca una línea divisoria. No es
solo un relevo burocrático, es una señal de que el nuevo alcalde está
construyendo su propia estructura de confianza.
Ríos, hasta
ahora director de Recaudación de Rentas en Ahome, es una figura más alineada a
Menéndez y a su visión de control administrativo. Su nombramiento tiene el
respaldo anticipado de las bancadas del Cabildo, lo que revela que las
negociaciones políticas han sido eficientes, discretas y muy claras.
Garibaldi se va,
sí, pero no por la puerta de atrás. Su renuncia, pactada con todas las
fracciones edilicias, demuestra que hubo un acuerdo político maduro, aunque
también evidencia que su ciclo había terminado.
Permanecer más
tiempo en el cargo habría sido una provocación para las nuevas condiciones de
poder en el municipio. Su presencia simbolizaba un pasado incómodo que Menéndez
está decidido a dejar atrás.
Lo que resulta
inquietante es la facilidad con la que los ediles han cedido ante los nuevos
nombramientos. No hubo debate, no hubo objeción pública, ni siquiera un matiz
de resistencia.
Todo se
encamina, según fuentes, a ser un “mero trámite”. ¿Dónde quedaron los
contrapesos? ¿Dónde la sana distancia entre poderes? Que las bancadas cedan sin
cuestionar solo confirma la fragilidad de la institucionalidad política en
Ahome.
El nuevo
gobierno de Menéndez toma forma, y lo hace con rapidez. Pero la velocidad no
siempre es buena consejera. El reto no es solo llenar espacios con leales, sino
dar resultados, gobernar con transparencia y demostrar que los cambios no son
meras vendettas políticas disfrazadas de renovación administrativa. A Garibaldi
lo quitan, sí, pero lo importante no es quién se va, sino qué se hace con el
poder que deja vacante.
Y sobre todo,
que los nuevos rostros no repitan los vicios del pasado.
DEL DICHO AL
HECHO
Escuchar a la
diputada federal Graciela Domínguez Nava hablar sobre la “transformación” del
servicio público mediante la eliminación de trámites burocráticos suena bien,
demasiado bien. Tan bien, que raya en el terreno de la utopía.
Domínguez, quien
integra la Comisión de Anticorrupción y Transparencia, ha señalado como “clave”
la aprobación de una nueva ley que busca unificar plataformas y facilitarle la
vida al ciudadano.
En papel, se
escucha como un avance. En la práctica, parece otro discurso reciclado más
desde el Congreso.
La idea de que
todos los trámites del país —federales, estatales y municipales— se integren en
una sola plataforma es tan ambiciosa como irreal en un sistema que no logra ni
siquiera actualizar actas de nacimiento sin pedir tres copias impresas.
El centralismo
disfrazado de eficiencia digital podría convertirse en una trampa burocrática
aún más compleja si no se ejecuta con visión, tecnología y voluntad política. Y
eso, seamos claros, ha faltado.
Domínguez Nava
presume que esta ley, impulsada desde la agenda de la virtual presidenta
Claudia Sheinbaum, traerá beneficios directos a la ciudadanía.
Pero mientras en
los pasillos del Congreso se habla de “transformación”, en las oficinas
públicas los usuarios siguen enfrentando ventanillas cerradas, sistemas caídos
y personal mal capacitado. La brecha entre el discurso legislativo y la
realidad ciudadana es cada vez más profunda.
La diputada
también se refiere a la reforma en materia de obra pública, destacando que se
reducirá la adjudicación directa del 30% al 20%. Otro movimiento que suena
bien, pero que difícilmente transformará el problema de raíz.
¿De verdad
alguien cree que bajarle 10 puntos a la opacidad resolverá el esquema de
simulación que impera en los contratos gubernamentales? Sin mecanismos de
fiscalización fuertes, sin órganos autónomos respetados y sin sanciones
ejemplares, la transparencia será solo un membrete más.
Graciela
Domínguez habla como si ya viviéramos en ese México eficiente y digital, sin
filas ni papeles, con gobiernos alineados a una sola plataforma y ciudadanos
felices. Pero el país real es otro. Y Sinaloa no es la excepción. El ciudadano
sigue enfrentando trabas para lo más básico. La simplificación administrativa
no llega por decreto, ni se resuelve con reformas sin dientes.
Mientras tanto,
el discurso de la diputada queda bien para boletines y conferencias. Pero
transformar un aparato estatal anquilosado requiere más que buenas intenciones.
Requiere un gobierno que predique con el ejemplo… y eso aún está por verse.