Sobre el camino Benjamín Bojórquez Por más que intentemos vestirlo de legalidad, el regreso de Alfonso Carlos Ontiveros Salas a la Direcci...
Sobre el camino
Benjamín Bojórquez
Por más que intentemos vestirlo de legalidad, el regreso de Alfonso Carlos Ontiveros Salas a la Dirección Jurídica de la Universidad Autónoma de Sinaloa no es más que una representación grotesca del fracaso institucional. No es una anécdota anecdótica, es una tragedia repetida, una ironía tan obscena que ni el más cínico dramaturgo se atrevería a escribirla. Un abogado que demandó a su propia casa de trabajo —la misma que lo formó, lo impulsó y le dio un prestigio que hoy se desmorona bajo su propio peso—, regresa triunfante al mismo cargo del que fue removido entre acusaciones y controversias.
El mensaje es claro, aunque doloroso: la ética, en la UAS, no es una brújula sino un adorno. Algo que se menciona en discursos pero se descarta en los pasillos del poder. ¿Cómo se justifica que un personaje que acusó a la institución de corrupción, y luego la enfrentó en los tribunales como cualquier demandante más, vuelva ahora como su representante legal? ¿Dónde está la dignidad? ¿Dónde está la vergüenza institucional?
Este no es un simple caso de "segunda oportunidad"; es la instauración del cinismo como norma. Es como si el sistema universitario se regodeara en su propia podredumbre, celebrando no la capacidad profesional, sino la capacidad de sobrevivir a base de contradicciones morales. No es mérito, es conveniencia. No es justicia, es acomodo.
La figura del destacado abogado laboralista simboliza esa clase de operadores que, como camaleones, se mimetizan según la dirección del viento político. Ayer denunciante, hoy parte del aparato; ayer víctima, hoy verdugo. Es el epítome del funcionario oportunista que no defiende principios, sino intereses. ¿Y acaso no es esto lo que ha carcomido a las instituciones públicas en México? Una élite que se recicla entre sí, sin importar su historial, sin rendir cuentas, con la única lealtad hacia el poder por el poder mismo.
El retorno de Ontiveros Salas no solo hiere a la Universidad: insulta la inteligencia colectiva. Nos dice, sin decirlo, que la UAS está dispuesta a premiar la incongruencia, a perpetuar los pactos de impunidad y a encubrir el pasado con la pintura barata del perdón administrativo. Como sociedad, ¿cuántas veces toleraremos este tipo de regresos disfrazados de reconciliación institucional?
En lugar de limpiar la casa Rosalina, la UAS vuelve a abrirle la puerta a quienes contribuyeron al lodazal. Un gesto que, lejos de buscar redención, parece una afrenta deliberada contra quienes sí han sido coherentes, quienes han entregado su vida académica sin transar su conciencia.
Como si estuviéramos atrapados en un eterno retorno nietzscheano, volvemos a repetir los errores con la sonrisa torcida del que ya se resignó a que todo seguirá igual. Pero no podemos permitirlo. Porque cada Ontiveros Salas que regresa sin explicaciones, sin autocrítica y sin sanción, es un clavo más en el ataúd de la ética universitaria.
GOTITAS DE AGUA:
A veces, la justicia en manos de los hábiles se convierte en una herramienta de revancha y no de redención. Quizá no se necesita un consejo de ex-rectores… se necesita una revolución de conciencia. Y sí, si apagan la luz, asegúrense de no dejarnos en la oscuridad de la impunidad. “Nos vemos mañana”...