Sobre el camino Benjamín Bojórquez Olea. Detractores y seguidores de Morena, en especial de la derecha y ultraderecha, han mencionado que...
Benjamín Bojórquez Olea.
Detractores y seguidores de Morena, en especial de la derecha y ultraderecha, han mencionado que el partido del Dr. Rubén Rocha Moya en Sinaloa es la continuidad del PRI como en una nueva época ideológica política. Una de las señales de una democracia débil es la fractura del debate. Mucho se ha escrito sobre los retos impolutos de Sinaloa y en consecuencia, de la incapacidad de actores políticos y sociales para identificar un punto en común más allá de las legítimas divisiones de un genuino pluralismo. La agenda estatal y generalizada se ha trasladado a un laberinto del que es un reto salir a partir de verdades a medias, prejuicios, odios biológicos e ignorancia histórica. ¿Qué podemos esperar? Algo peor que castillos de arena, tal cuál es la debilidad de las instituciones democráticas. La simpleza del debate ilustra el tamaño real de quien abandera dicha falacia de la izquierda radical. El traslape del viejo corporativismo del PRI en Sinaloa a uno nuevo sin intermediaciones que privilegia al culto al nuevo representante
del tercer piso y la creación de un nuevo clientelismo a partir de las propias filosofías muertas, no basta para construir semejante argumento. El patrimonialismo de uno y de otro, más que una vuelta al pasado, es el fango que frena un porvenir en una democracia madura. Reitero, la culpa no es del actual gobernante de nuestra entidad sinaloense, sino de la misma derecha que vuelve acariciar sus cargos que fueron tomados prestados por la idiosincrasia y el hartazgo. Primera diferencia. El PRI y sus antecesores PNR y PRM nacieron del poder para el poder, caso contrario a un partido que en la lógica del libreto original nace de la sociedad para buscar el poder mediante el sufragio. Muchas críticas se pueden hacer al viejo régimen y a la expropiación de la Revolución que hizo su propia familia política, pero una realidad histórica es que existió por primera vez desde que México se hizo Estado la añorada posibilidad de que en la pacificación del estado estuviera encarrilada con el progreso económico y la creación de infraestructura. La transición del Sinaloa urbano al rural y la emergencia de una clase media posibilitaron un clímax que el propio régimen no supo encauzar y dio al traste con la peor salida desde el 2010 en Sinaloa, tierra del tomate. La institucionalización de diversos conflictos internos y el aislamiento y la pólvora, ha sido uno de los hechos que pocos reconocen los viejos intrusos del PRI. Segunda diferencia. La familia revolucionaria del PRI se desvaneció incongruentemente en las últimas administraciones, cuando la crisis interna derivado de dedazos y apagafuegos fueron generando una división que simulaba a un candidato que fue traicionado desde la cúpula del poder, en donde toda la tropa empresarial jugó con cifras y no con el corazón y, desde ahí, se fue pactando una entrega a una ideología que cuya fuerza la sostenía el propio hartazgo, ¿Quién pagó los platos rotos? Sin duda, el senador sinaloense Mario Zamora Gastelum. Tercera diferencia. En décadas pasadas, el PRI consolidó una unidad política formidable en cada peldaño de su presencia territorial y de los diversos órganos de gobierno. La lealtad hasta los ochenta y noventas tuvieron un apremio dado que en el PRI cabían todas las corrientes internas. La Corriente Democrática de la escisión del partido por la avenida Madero en la capital sinaloense en los 80 y 90, de donde salieron muchos personajes que hoy pactaron con la izquierda en las pasadas elecciones, dio inicio la progresiva salida de liderazgos del tricolor, principalmente a ex gobernantes estatales y locales que no tenían otra opción más que apoyar al candidato morenista y que hoy representa a Sinaloa en su carácter de gobernante. La tecnocracia y sus claroscuros empezaron a aniquilar desde los cimientos orgánicos del priismo. Hoy la izquierda radical se siente desplazada, pero como ayer lo comenté, no ha hecho nada desde sus respectivas funciones públicas para ganarse el respaldo del ejecutivo estatal, el Dr. Rubén Rocha Moya.
del tercer piso y la creación de un nuevo clientelismo a partir de las propias filosofías muertas, no basta para construir semejante argumento. El patrimonialismo de uno y de otro, más que una vuelta al pasado, es el fango que frena un porvenir en una democracia madura. Reitero, la culpa no es del actual gobernante de nuestra entidad sinaloense, sino de la misma derecha que vuelve acariciar sus cargos que fueron tomados prestados por la idiosincrasia y el hartazgo. Primera diferencia. El PRI y sus antecesores PNR y PRM nacieron del poder para el poder, caso contrario a un partido que en la lógica del libreto original nace de la sociedad para buscar el poder mediante el sufragio. Muchas críticas se pueden hacer al viejo régimen y a la expropiación de la Revolución que hizo su propia familia política, pero una realidad histórica es que existió por primera vez desde que México se hizo Estado la añorada posibilidad de que en la pacificación del estado estuviera encarrilada con el progreso económico y la creación de infraestructura. La transición del Sinaloa urbano al rural y la emergencia de una clase media posibilitaron un clímax que el propio régimen no supo encauzar y dio al traste con la peor salida desde el 2010 en Sinaloa, tierra del tomate. La institucionalización de diversos conflictos internos y el aislamiento y la pólvora, ha sido uno de los hechos que pocos reconocen los viejos intrusos del PRI. Segunda diferencia. La familia revolucionaria del PRI se desvaneció incongruentemente en las últimas administraciones, cuando la crisis interna derivado de dedazos y apagafuegos fueron generando una división que simulaba a un candidato que fue traicionado desde la cúpula del poder, en donde toda la tropa empresarial jugó con cifras y no con el corazón y, desde ahí, se fue pactando una entrega a una ideología que cuya fuerza la sostenía el propio hartazgo, ¿Quién pagó los platos rotos? Sin duda, el senador sinaloense Mario Zamora Gastelum. Tercera diferencia. En décadas pasadas, el PRI consolidó una unidad política formidable en cada peldaño de su presencia territorial y de los diversos órganos de gobierno. La lealtad hasta los ochenta y noventas tuvieron un apremio dado que en el PRI cabían todas las corrientes internas. La Corriente Democrática de la escisión del partido por la avenida Madero en la capital sinaloense en los 80 y 90, de donde salieron muchos personajes que hoy pactaron con la izquierda en las pasadas elecciones, dio inicio la progresiva salida de liderazgos del tricolor, principalmente a ex gobernantes estatales y locales que no tenían otra opción más que apoyar al candidato morenista y que hoy representa a Sinaloa en su carácter de gobernante. La tecnocracia y sus claroscuros empezaron a aniquilar desde los cimientos orgánicos del priismo. Hoy la izquierda radical se siente desplazada, pero como ayer lo comenté, no ha hecho nada desde sus respectivas funciones públicas para ganarse el respaldo del ejecutivo estatal, el Dr. Rubén Rocha Moya.
GOTITAS DE AGUA:
En esta tesitura y encrucijada de priistas incorporados al gobierno morenista en Sinaloa, el partido histórico del PRI ha heredado la tradición liberal y la firmeza de un estado laico. Desde hace muchos años existieron intentonas de fragilidad, pero fueron contenidas, y a su vez, se negociaban con todas las fracciones parlamentarias partidistas, y con ello, dar inicio a una convivencia claves para la gobernabilidad social y democrática de la vida pública del viejo y del hoy nuevo Sinaloa. No es para asustarse, ya que las nostalgias de la izquierda radical no volverán en un ejercicio de un “mea culpa” ajeno al que solo deben responder los priistas por sus omisiones, excesos y traiciones a su militancia y ciudadanía, solo retratar las estelas que cruzaron con claroscuros una verdad histórica de buena parte del siglo XXI. Es un despropósito tratar de no comparar a Morena con el PRI a partir de las tres diferencias referidas. Hoy se implora más que unidad al interior de Morena, orden en un instituto político incapaz de organizar a los suyos en su estructura orgánica. Si el PRI tuvo la candidez del péndulo ideológico en sus diversas etapas, tampoco el nacionalismo revolucionario que pretende reeditar en la nostalgia oportuna para un escenario diametralmente distinto al que corrió esas décadas. En conclusión: las mayorías parlamentarias no son eternas, como lo vio Morena en la elección intermedia. Incendiar el diálogo con los opositores y romper puentes con los de siempre es una injustificada lectura democrática para los partidos, pues la misma actitud terminará con la Morena radical. Ahí está la respuesta y el por qué Morena está siendo reemplazada. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…