Sobre el camino Benjamín Bojórquez Hoy muchos países utilizan el mecanismo político de exasperar, de exacerbar y polarizar. Me explico: As...
Benjamín Bojórquez
Hoy muchos países utilizan el mecanismo político de exasperar, de exacerbar y polarizar. Me explico: Así tituló el Papa Francisco su más reciente encíclica, que en opinión de los expertos es su legado a la humanidad. Al presentarla, admite el Santo Padre, que es San Francisco quien le inspiró a escribir Laudato sí, “vuelve a motivarlo a dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y amistad social. Porque San Francisco que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran su propia carne, sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los últimos”. Y es que el camino que eligió el Cura de Asís, en un mundo convulsionado por la violencia, debe invitarnos a reflexionar, en palabras del Santo Padre Francisco no hacía la dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios, había entendido que Dios es Amor y que el que permanece en el amor permanece en Dios. De este modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque solo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre. En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras (muy semejante al mundo en el que vivimos), las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Hay en la encíclica una parte que analiza por qué de la falta de concordia y solidaridad en las naciones y parece que estuviera desmenuzando una a una las estrategias de López Obrador para polarizar y dividir al país. Así lo define el Santo Padre: La mejor manera de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aún disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, de exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino solo recetas inmediatas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación. En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino? Un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad suena a delirio. Aumentan las distancias entre nosotros y la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso. Este es justo el momento en el que debemos tomar las mejores decisiones. Parece más que imposible predicar el amor cuando estamos envueltos en un clima donde la calumnia, la mentira y la difamación imperan. Ver a la no primera dama convertida en canciller “in péctore”, haciendo una visita tramposa al Vaticano y entrevistándose con dignatarios europeos, usurpando una cartera que no le pertenece agravia al más taimado. Verla así, con toda su agresiva pasividad, solicitando que pidan disculpas por hechos ocurridos hace quinientos años y al mismo tiempo implorando tengan a bien compartir los tesoros de México (piezas arqueológicas y códices) que estos gobiernos tienen en su poder para exponerlos en la celebración de los doscientos años de consumación de nuestra independencia, de verdad que hace que nos arda la cara de vergüenza.
GOTITAS DE AGUA:
En fin, hay que entender que todo este circo forma parte de la batería de distractivos con la que quieren desviar nuestra atención del asunto más urgente en el que deberíamos de estar todos empeñados: recuperar la concordia y la paz. ¿Y qué es la paz sino la tranquilidad en el orden? Ese orden que estamos obligados a construir si no queremos perder a México. La tarea es ardua, merece sacrificios y solo nuestra entrega incondicional será capaz de superar los obstáculos, que son muchos. “He dicho”. “Nos vemos el Lunes”…