Espíritu Público Por Miguel Alonso Rivera Bojórquez Ingenioso y carismático, de palabra franca, nunca negó la cruz de su Parro...
Ingenioso y carismático, de palabra franca, nunca negó la cruz de su Parroquia. En sus tiempos de nostalgia diría alguna vez: “A veces en la quietud de mis silencios me vienen a mi mente los recuerdos y veo los rostros de cada una de las hermosas mujeres que compartieron un momento de su vida a mi lado”.
José Felipe Ayala Medina nació el domingo 24 de febrero de 1924 exactamente por la calle Guadalupe Victoria al Norte, entre las calles Gral. Ángel Flores y Gral. Rafael Buelna Tenorio, frente a la Planta de Luz.
Sus padres biológicos fueron Teodoro Ayala Camargo y Petra Camacho Gaxiola. Su madre de crianza fue Concepción Ibarra Castro.
Siempre vivió en el centro de Culiacán. El 5 de mayo de 1936, se fue a vivir, entre el monte, por una vereda serpenteante que se trepaba a la escalinata de la Lomita, hoy avenida Gral. Álvaro Obregón.
Podía recordar con una claridad fotográfica las calles del viejo Culiacán. En una ocasión me dio santo y seña de la ubicación de todas las tiendas que había por las cuatro calles del Mercado Garmendia.

También fue un galán romántico con un pegue envidiable. “Si los rincones antes solitarios hablaran dirían haber sido testigos de mis continuos romances”, confesaría en sus remembranzas.
A Don Felipe Ayala le gustaba presumir sus conquistas llevando a la muchacha conquistada del brazo paseando por los Portales, dando vueltas a la Plaza una y otra vez.
También recordaba cuando, de niño, curioseaba en la primera zona roja de Culiacán ubicada por la calle Francisco Cañedo. “Veíamos a las mujeres arregladas que se apostaban afuera de los burdeles para ofrecer sus servicios a los caballeros”, recordaba.

Luego por la Carretera a Sanalona y finalmente, por el crecimiento urbano, en las inmediaciones del Ejido El Barrio. Desaparecida la zona de tolerancia proliferaron las casas de citas y posteriormente aparecieron las casas de masajes. Es historia oral que, muchas veces, no se registra en las páginas de los libros y Felipe Ayala la narraba con naturalidad porque su vida fue plena y llena de anécdotas.
El amor de su vida fue Esther Díaz Sandoval. Se unieron en feliz matrimonio el 25 de julio de 1944. “Mi esposa y yo siempre cumplimos con el deber de cuidar y regar la buena siembra, cuya cosecha fueron nuestros hijos”, comentó.
Sus hijos María de los Ángeles, José Felipe, Víctor Manuel, José Luis, Miguel Ángel, Concepción (Concho), Carlos Máximo, Laura, Alejandro, Roberto y Carlos Teodoro.
Víctor Zazueta Valenzuela, “Vitorio” para Don Felipe Ayala, acudió a la cita para recordar al amigo en el segundo aniversario de su fallecimiento. Traía un dolor en el alma: dos días antes había fallecido su esposa. “Vitorio” tuvo la oportunidad de tratar a Don Felipe en sus últimos ocho años de vida y así pudo escribir “Memorias de Don Felipe Ayala, un culichi de hueso colorado”, cuya obra forma parte de un esfuerzo editorial monumental que actualmente elabora José Luis Ayala Díaz.
En ese homenaje también participaron, además de un servidor, Nicolás Vidales, Nancy Meza, Leopoldo Avilés y Rosendo Torres.
Por eso comparto el video que registra el emotivo homenaje a un hombre que falleció el 14 de octubre de 2014 a los 90 años de edad y que deja un enorme legado de amor porque se ganó un lugar en el corazón de cada una de las personas que se cruzaron en su camino.
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