Mazatlán, Sinaloa.- Hay lugares que te cuentan una historia… y hay otros que la transforman. A un costado de Playa Pinitos, donde el mar toc...
Mazatlán, Sinaloa.- Hay lugares que te cuentan una historia… y hay otros que la transforman. A un costado de Playa Pinitos, donde el mar toca la tierra con fuerza ancestral, se encuentra un recinto que ha empezado a tejer una relación íntima entre los objetos del océano y la memoria de quienes lo visitan. El Museo Casa del Marino, inaugurado el 14 de octubre de 2024, no ha parado de recibir visitantes —más de 26,000 hasta ahora— y muchos de ellos salen con los ojos abiertos, pero el corazón revuelto.
Aquí no hay guías rígidos ni rutas obligatorias. El recorrido es libre, como las olas, como la imaginación. En la planta baja, una joya histórica recibe a los curiosos: un catalejo funcional de 1915, a través del cual es posible ver yates, barcos e incluso islas en el horizonte. Junto a él, un timón acompañado de su compás magnético parece invitar al visitante a tomar el control simbólico de su propia navegación.
Pero hay una pieza que detiene el aliento: una réplica a escala del Titanic, construida con un nivel de detalle que asombra tanto como la historia que representa. No es una simple maqueta, es un recordatorio de lo frágil que puede ser la seguridad humana frente al poder del mar. Algunos visitantes se quedan mirándola en silencio, como si en su reflejo recordaran algo propio, una pérdida, un viaje interrumpido, un sueño naufragado.
Este museo exhibe objetos, despierta recuerdos, emociones y preguntas existenciales. En sus salas se habla del mar, pero también de nosotros: de nuestra necesidad de orientarnos, de nuestra obsesión por explorar, de nuestra responsabilidad con la naturaleza. Una pantalla gigante convertida en pecera virtual deja ver peces dibujados por niños que cobran vida gracias a un lector QR. Es un espectáculo de color y tecnología que termina atrapando también a adultos de 30, 40 y hasta 70 años. No es un truco visual, es un reflejo de cómo todos queremos sentirnos parte de algo vivo.
En la sala ecológica, caracolas auditivas con sensores de movimiento cuentan anécdotas a quien se acerca. En el mural de ¡Grumetes en acción!, los visitantes descubren cuánto tarda en degradarse un contaminante en el océano. Frente a esa pared, muchos dejan un mensaje en un pintarrón en forma de botella, como si enviaran una carta simbólica al mar. Uno de ellos dice:
“El mar significa tanto para la humanidad, ¡cuidémoslo!”
Otro, más breve pero igual de potente, reza:
“Ya no volveré a tirar basura al mar.”
Roberto Flores, coordinador del Museo Casa del Marino expresa que a veces deben borrar esos mensajes para que otros tengan oportunidad de escribir. Pero al hacerlo, se queda con una sensación de nostalgia, como quien borra un rastro en la arena sabiendo que el oleaje no lo traerá de vuelta.
En el primer piso, una ludoteca marina, banderas náuticas, constelaciones en el techo y una gran brújula en el suelo crean un espacio envolvente. Allí se comprende que navegar no era solo cuestión de mapas, sino también de fe en las estrellas. Y de pronto, todo se conecta: el timón, la brújula, el Titanic, los peces que nadan virtualmente… cada elemento cobra sentido. Aquí se aprende no solo para saber más, sino para comprender mejor la vida propia y el mundo natural.
Y cuando el recorrido parece terminar, se abre una terraza. Frente al mar. A la izquierda, un cañón antiguo apuntando al horizonte. Un símbolo de defensa, de soberanía, de un pasado que aún retumba en la conciencia de quienes saben que la libertad se ha defendido desde estos puntos. Hoy, ese cañón ya no dispara, pero provoca respeto, preguntas, emociones. Al pie del cañón, entre familias, niños y viajeros, hay quienes se quedan en silencio mirando el agua y sienten que algo se mueve dentro de ellos.
El Museo Casa del Marino no es solo un sitio de exhibición: es una experiencia que transforma. Es un sitio para dejarse llevar, para reencontrarse con el mar… y con lo que somos frente a él, cada objeto cobra vida, las campanas y los mapas celestiales se convierten en esperanza.