Sobre el camino Benjamín Bojórquez Olea. Por décadas, el poder político en México —como en muchos rincones del mundo— ha sido secuestrado p...
Sobre el camino
Benjamín Bojórquez Olea.
Por décadas, el poder político en México —como en muchos rincones del mundo— ha sido secuestrado por lenguas largas y manos cortas. El municipio de Angostura, Sinaloa, no ha sido la excepción. Hoy, como si se tratara de un ritual cíclico, los mismos personajes que antes desfilaron por la silla del poder con promesas huecas y actuaciones grises, intentan, una vez más, disfrazar su vacío de gestión con discursos de vigilancia y exigencia. ¿El objetivo? Desacreditar a quien, con hechos, está haciendo lo que ellos nunca pudieron: gobernar con resultados.
Angostura, rincón de historia y esfuerzo, no ha sido ajena a este desfile de sombras. Durante años, ha sido rehén de discursos adornados con palabras que suenan bien pero que no significan nada. Y ahora, como si el tiempo no hubiera enseñado nada, los fantasmas del pasado regresan a golpear las puertas de la legitimidad con los nudillos de la hipocresía.
La oposición, representada en este caso por los delegados César Mascareño Reyes y Fernanda Gómez López —rostros que no han dejado huella más allá del ruido— se abrogan la autoridad moral para exigir transparencia al actual alcalde, Alberto "El Capy" Rivera. Lo hacen desde una conferencia de prensa, el podio favorito de quienes prefieren el teatro del discurso al sudor del trabajo de campo. Piden cuentas, dudan de adquisiciones, hacen su numerito ante los reflectores, como si no cargaran consigo el peso del pasado reciente donde gobernaron sin pena... y sin gloria.
¿Dónde estaban estos guardianes del pueblo cuando la administración anterior naufragaba entre omisiones y excusas? ¿Dónde estaban las auditorías, los señalamientos, la exigencia de cuentas claras? El silencio de entonces retumba hoy como fariseísmo. Porque resulta grotesco que quienes fungieron como tapaderas del desastre ahora quieran erigirse como fiscales del buen gobierno. ¿Es vigilancia lo que les mueve, o el miedo a que se les termine el negocio político?
Esta crítica disfrazada de interés ciudadano no es más que la expresión de una élite frustrada por su incapacidad de conectar con la gente, por no saber cómo volver al poder más que a través de la zancadilla. Saben que no pueden competir con resultados, así que intentan manchar lo que no entienden: el trabajo real, el que no se maquilla con boletines, sino que se siente en las calles.
El pueblo de Angostura no es ingenuo. Y lo que está en juego no es solo una administración municipal, sino una visión de lo público. La política, en su sentido más noble, debería ser un acto de entrega, no de simulación. Pero mientras unos siembran concreto, orden y gestión, otros siguen cosechando pretextos.
Hay una verdad ineludible que debería pesar como piedra en el alma de los que hoy critican sin legitimidad. Y esa verdad, dolorosa para algunos, es la esperanza para muchos.
GOTITAS DE AGUA:
La política no debería ser el arte de fingir, sino el acto de servir. Pero para muchos, servir sigue siendo una palabra humillante. Por eso, cuando aparece alguien que lo hace con seriedad, tiemblan. No por el daño que cause, sino por el espejo que representa. Porque en política, como en la vida, el trabajo mata crítica. Y eso, para los simuladores, es una sentencia insoportable.
Porque lo que está en juego no es solo un nombre o una figura, sino la posibilidad de que Angostura, por fin, rompa el ciclo de los políticos de saliva. Y eso, para algunos, es imperdonable. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…