Entre Veredas Marco Antonio Lizárraga “Las personas que tienen poco que hacer son por lo común muy habladoras: cuanto más se piensa y obra, ...
Entre Veredas
Marco Antonio Lizárraga
“Las personas que tienen poco que hacer son por lo común muy habladoras: cuanto más se piensa y obra, menos se habla”, Montesquieu
COSTAL DE ALACRANES
La gestión del alcalde de Escuinapa, Víctor Manuel Díaz Simental, va de mal en peor, y el nombramiento de Trinidad Ibarra Martínez como nuevo tesorero municipal no hace más que confirmarlo.
Que alguien sin experiencia en finanzas públicas y con una carrera ligada exclusivamente al ámbito deportivo sea puesto al frente de las finanzas del Ayuntamiento, no es solo una burla al servicio público: es un claro mensaje de que aquí no importa la capacidad, sino la conveniencia política.
Ibarra Martínez, quien durante años se ha desempeñado en cargos relacionados con el deporte, hoy carga con un costal de alacranes sin siquiera tener idea del tipo de víboras que ahí se manejan.
El Ayuntamiento de Escuinapa atraviesa por una crisis de credibilidad, de transparencia y de manejo de recursos, y en lugar de apostar por un perfil técnico con experiencia en contabilidad gubernamental o administración pública, el alcalde prefiere improvisar con sus incondicionales.
A esto se suma la comparecencia pendiente del ex tesorero Francisco Javier Martínez Carrillo, quien asegura estar listo para explicar el manejo financiero durante su gestión, en respuesta a las acusaciones del regidor Eleazar Pacheco.
Martínez Carrillo dice contar con documentación oficial, estados de cuenta, nóminas y pruebas que acreditan que los recursos se usaron conforme a la ley. Es decir, está dispuesto a dar la cara, algo que muchos dentro del actual gabinete municipal no pueden decir.
Más allá de si el ex tesorero cometió o no irregularidades —eso lo determinarán las instancias correspondientes—, lo que resulta preocupante es el caos administrativo que impera en el gobierno municipal.
Mientras se discuten posibles “aviadores”, desvíos o desorden presupuestal, el alcalde da manotazos de ahogado y designa a un tesorero sin preparación para enfrentar una crisis técnica.
Este tipo de decisiones solo profundizan la desconfianza ciudadana. ¿Qué sigue? ¿Un entrenador físico como director de Obras Públicas? ¿Un cronista deportivo al frente de Planeación?
Lo cierto es que Escuinapa no necesita ocurrencias ni compadrazgos, necesita profesionalismo, rendición de cuentas y un gobierno que respete el dinero del pueblo.
Pero a Díaz Simental parece que nada de eso le importa. Lo suyo es gobernar con ligereza, como si el municipio fuera un juego de equipo entre amigos, y no una administración que requiere técnica, legalidad y responsabilidad.
Con este nombramiento, el alcalde deja claro que su prioridad no es el bienestar de Escuinapa, sino mantener el control a cualquier costo.
Aunque eso implique dejar las finanzas del municipio en manos de alguien que no tiene ni la más mínima preparación para manejarlas.
Hoy Escuinapa tiene un nuevo tesorero, sí. Pero lo que no tiene —ni parece tener pronto— es un rumbo claro.
El fantasma del desafuero comienza a rondar por Escuinapa. Pero de esto abundaremos mañana.
DE MAL EN PEOR
La situación financiera del Ayuntamiento de Guasave es crítica, pero más preocupante aún es la forma en que se pretende enfrentarla. En su reciente comparecencia ante el Cabildo, el tesorero municipal Édgar Adair Espinoza Robles presentó la Estrategia Financiera 2025 como si se tratara de un logro técnico digno de aplauso, cuando en realidad lo que reveló fue un diagnóstico desesperado con parches improvisados y promesas que podrían no sostenerse.
Es verdad: la caída en las participaciones federales ha golpeado a todos los municipios. Pero también es cierto que en Guasave los efectos son más graves debido al lastre de una deuda heredada de 288 millones de pesos con el IMSS, a la que el propio tesorero califica de impagable.
El litigio continúa, pero la bola de nieve sigue creciendo, mientras se arrastra una crisis estructural que ningún gobierno anterior ha tenido la voluntad —ni la capacidad— de resolver.
Espinoza Robles asegura que, por instrucciones de la alcaldesa Cecilia Ramírez Montoya, se están priorizando los pagos de nómina, impuestos, servicios públicos y gasto social.
Pero al mismo tiempo, admite que tan solo la quincena cuesta 18.7 millones de pesos y que, con lo que se recauda, difícilmente se cubren los compromisos básicos del mes. ¿Entonces cuál es la estrategia real? ¿Cruzar los dedos y esperar un milagro?
Se presume que se han eliminado despachos de cobranza y que se logró un ahorro de 2 millones de pesos mensuales, se finiquitaron viejas liquidaciones y se atendieron trámites con la CFE de Juan José Ríos.
Sin embargo, también se dice —con tono triunfalista— que se está por pagar un aumento salarial del 7% a los sindicalizados y que ya se incrementó el salario mínimo a 600 trabajadores. ¿No hay una contradicción entre el discurso de austeridad y estas decisiones? ¿Dónde está el equilibrio financiero?
Lo más revelador es el reconocimiento de que el déficit estimado inicialmente era de 100 millones de pesos, y que ahora —gracias a una serie de medidas de recaudación— podría cerrarse en 55 millones.
Esto no es un mérito: es una señal de que el municipio no está preparado para resistir nuevas caídas en ingresos y que sigue dependiendo de la buena voluntad del Gobierno del Estado, que incluso ya tiene en trámite un adelanto de participaciones por 6 millones de pesos. Más endeudamiento a corto plazo para tapar baches que se vuelven cráteres.
Las declaraciones del tesorero se presentaron como una rendición de cuentas técnica y transparente, pero en el fondo muestran a un Ayuntamiento atrapado entre deudas heredadas, una nómina insostenible y una administración que —aunque intenta— no logra articular una política financiera sólida a mediano plazo.
Guasave necesita más que contención. Requiere decisiones difíciles, revisión estructural del gasto, una reforma administrativa interna y un rediseño completo del modelo de recaudación.
Pero mientras se sigan tomando decisiones para el aplauso fácil o para calmar momentáneamente a los sindicatos y a los regidores, la ciudad seguirá caminando en la cuerda floja… y sin red abajo.
EL CURITA
La entrega de apoyos económicos a 83 productores temporaleros en Elota, como parte del Programa de Siniestros Agropecuarios, podría parecer una buena noticia en medio de la sequía que azota a Sinaloa, pero no deja de ser una curita para una herida profunda y mal atendida.
El acto, más ceremonial que estratégico, sirvió de escenario para que el alcalde Richard Millán Vázquez desplegara su retórica de agradecimiento al gobernador Rubén Rocha Moya, como si los recursos provinieran de un favor personal y no de la responsabilidad institucional del Estado.
Millán Vázquez aprovechó para destacar lo “agradecido” que está con el mandatario estatal por traer proyectos al municipio, pero omitió hablar de lo esencial: que el campo sinaloense sigue a la deriva, sin un plan integral que enfrente con seriedad el cambio climático, el deterioro de los sistemas de riego, la sobreexplotación de acuíferos y la falta de infraestructura para mitigar los efectos de las sequías prolongadas.
El discurso del alcalde no es nuevo. Se repite en cada evento donde se reparten apoyos que, si bien son necesarios, no cambian la realidad estructural de cientos de productores agrícolas que ven cómo sus tierras se agrietan y sus esperanzas se diluyen con cada ciclo agrícola perdido.
Lo que se necesita no es solo entregar cheques simbólicos en actos públicos, sino trazar una política rural coherente, sostenida y técnicamente sustentada.
¿Dónde están los planes de reconversión productiva? ¿Las inversiones en tecnología para agricultura sustentable? ¿Los apoyos para infraestructura hídrica? ¿Los diagnósticos reales del impacto de la sequía y las medidas a largo plazo?
El director de Desarrollo Rural del Estado, Faustino Astorga Zazueta, se limitó a decir que el apoyo es un “aliciente”, confiando en que “las próximas lluvias” permitan reactivar las siembras.
Es decir, la estrategia del Estado sigue siendo: esperar a que llueva. Así de frágil es el andamiaje institucional que sostiene al agro en Sinaloa.
Mientras tanto, los productores siguen dependiendo de la buena voluntad del clima, de la foto oficial con funcionarios y de paliativos presupuestales que alcanzan para un respiro, pero no para levantar el campo.
Lo que ocurre en Elota es un reflejo del abandono general del campo mexicano: discursos optimistas, recursos limitados, y cero transformación de fondo.
¿Hasta cuándo se seguirán administrando las crisis, en lugar de resolverlas?